viernes, 24 de febrero de 2012

Azul claroscuro


El sabor del vino esta a punto de convertirse en un recuerdo, la risa se transforma lentamente en sollozos intermitentes. Ya no queda más es el momento justo para morir.

Simón se había despertado seguro de su decisión. No había mucho que pensar, el lugar ya estaba escogido y el método dispuesto; lo demás era improvisación.

Quería que fuera al anochecer, durante los únicos 15 minutos del día de las escazas noches despejadas en que la felicidad lo tocaba. Solo, en esos 15 minutos de las noches de verano podía ver el cielo pintado de su color favorito. Un azul diferente, ni claro ni oscuro.

Permanecía inmóvil, con los brazos puestos en los costados, las piernas encogidas, la cabeza girada un poco a la derecha y envuelto en sabanas azules. Miraba el techo. Lo conocía bien, lo había visto por horas interminables mientras tatareaba una canción o discutía consigo mismo un tema cualquiera. Aun buscaba dibujos nuevos en su cielo raso; algo que se le hubiera escapado a sus observaciones: medio rostro de un pequeño extraterrestre, la muerte con su guadaña, dos ojos que lo observaban, tres montañas al revés, siempre había algo nuevo o por lo menos pequeños cambios producidos por el tiempo. Todo cambiaba menos él.

Se levanto torpemente poco antes del medio día. Se dio una ducha rápida; preocupado por los efectos medioambientales ocasionados por el desperdicio de agua. Tomo una taza de café sin azúcar, ojeo un libro de Kafka y sintió miedo de mirarse al espejo. Pensó en su última cena y en la nota en que explicaría el porqué de su decisión. Sin embargo, desistió de la primera y dejo la segunda para después.

Ahora quería escuchar por última vez en sus torpes oídos algo de música. Un poco de rock, algo de tango y finalmente aunque fuera trillado una compilación completa de los nocturnos de Chopin.

Había escuchado y también vivido los efectos tranquilizadores y deprimentes de esta música. Sin embargo, le gustaban y en ese momento lo menos que le importaba era deprimirse. Pues nada cambiaria que en tres horas estaría muerto.

Camino por la casa rosando con los dedos todos sus recuerdos.Los muebles desdibujados, las repisas polvorientas, las paredes humedecidas. En ese momento le temió al tiempo. Temió como nunca a las manecillas del reloj; sintió en sus oídos el desgaste del tic tac, su pulso se acelero, las manos le temblaron, la vista se le nublo. A punto de rendirse se dejo caer.

En el piso sintiendo como el frio le recorría la columna vertebral, como le hormigueaba la sangre y como las lagrimas se desbordaban sin control. Pronunció lo que seria la última palabra de su existencia –NO- . Fue un grito de horror por la certeza de estar al borde del arrepentimiento. No se lo podía permitir, lo había prometido. Había jurado que moriría una noche de agosto, odiando más que nunca los ocobos en flor, aunque en realidad los amara. Eso era lo que escribiría en su nota suicida – “odio agosto, odio los ocobos florecidos. No puedo vivir con eso. SIMON”.

Esa mentira escrita en doce palabras le ahorraría explicar sus verdaderas razones. Sabia que sonaba absurdo suicidarse por unos arboles. Sin embargo, cómo explicarle al mundo que se mataba por lastima, que no soportaba verla encerrada, que quería liberarla de la condena a la que fue sometida por tantos y tantos años, que solo quería devolverla a la vida.

En medio de la turbación recordó el día del descubrimiento. Había sido a principios de junio en medio de los parciales de la universidad. Buscaba afanosamente en el viejo armario de sus padres un libro. ¿Que libro? ya no importa. Ahora solo es consiente de que en el cajón mas alto del armario, en una caja donde alguna vez estuvieron sus zapatos. Rodeada de cartas olvidadas, hojas rotas y un viejo álbum de su padre. Descubrió el secreto, el tesoro que tanto busco para enseñárselo a sus amigos en las tardes de infancia.

En esa caja vio algo que solo recordaba haber visto una vez en su vida. El revolver de su Padre. El viejo y olvidado revolver de su padre.(descripción del revolver) Ese día a las 4:22 minutos de la tarde le fue revelado lo que significo para Borges el puñal. Lo inútil. Entendió el poder del tiempo, la claridad de la memoria y la fuerza del olvido.

Mentiría no quería que su padre se sintiera culpable de haber guardado un arma que nunca uso. Que creyera que por el absurdo apego a aquel revolver su hijo se había suicidado.

Ahora no tiene otra opción. Fue destinado a devolverle la vida al revolver. Ese fue el fin de su existencia. A las 5:30 de la tarde con el tiempo justo para llegar a su destino Simón sale de su casa.

Dispuesto a ver la ciudad por última vez. A sentir la briza, a tocar el aire, a ver la luz. Camina sin tocar a nadie, cruza las calles con cuidado, levanta la vista al cielo, llena sus pulmones con el olor a frescura y se deja llevar por el camino.

Al borde de su destino se desliza bajo la cerca y empieza a subir la inclinación. En la cima piensa en el lugar en el que se encuentra. La Teta, una teta deforme pero igual una teta. Es una pequeña colina en medio de la ciudad; Desde allí puede ver las calles que recorrió hasta hoy. Mira a su alrededor, las colillas de cigarrillos y las botellas de vino le dicen que la noche anterior otros con fines distintos al suyo estuvieron allí. Quizás vuelvan y sean ellos quienes lo encuentren.

De pie ve a la ciudad, sí, su ciudad apagándose. Se sienta, destapa la botella de vino que trajo para brindar; bebe largos sorbos por la vida y la muerte y pronto una risa estúpida se le escapa. Esta feliz, el cielo poco a poco se ha convertido en un mar azul claroscuro. Se asegura que su nota póstuma este en el bolsillo. Se apena ante la posibilidad de que alguien se asuste con el disparo. Ya es hora. No queda más.

Los sollozos han remplazado la risa, la incertidumbre la certeza, y un segundo después la muerte remplaza la vida.

Por: Ana María Medina Suarez.

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